Entrevista | Paula Bonet Pintora y escritora
Paula Bonet: "Chirbes me ha devuelto el amor por mi oficio y por mi tierra"
La pintora y escritora inaugura la serie Intervenciones (Anagrama) con la interpretación plástica de El año que nevó en Valencia de Rafael Chirbes. Una compilación de 30 pinturas en un libro y una exposición que se fusionan con el texto del autor sobre la guerra, la familia y la infancia.

Germán Caballero

A Paula Bonet (Vila-real, 1980) le arrasó un huracán de emociones cuando leyó El año que nevó en Valencia, obra póstuma de Rafael Chirbes. La obra fue "un respiro y un faro" cuando la polifacética artista se encontraba en mitad de la escritura de La anguila. Además de compartir editorial, ambos confluyen ahora en la primera publicación de Intervenciones, fusionando dos libros en uno donde la pintora se ha reencontrado con su esencia a través de un proceso creativo primitivo, de puro instinto animal. El resultado es una exposición en su primera casa, en pleno corazón de València, y dos libros, uno comercial y otro de la artista, que Anagrama ha sacado ya a la venta. La nieve, la luz blanca y las sombras veladas son las protagonistas de este trabajo con el que Bonet ilumina el legado de Chirbes.
El año que nevó en València es la obra póstuma de Rafael Chirbes. ¿Cómo llegó a él?
Ha mutado de lo que empezó siendo a lo que finalmente ha sido. Quise hacer algo pequeño, un libro bisagra después de La Anguila (Anagrama, 2021). Necesitaba hacer este libro y que me alejara de esos terrenos pantanosos. Buscaba algo luminoso, algo ligero y placentero que pudiera resolver rápidamente. Llegué a él en mitad de la escritura de La Anguila y fue como salir a respirar, y a la vez fue un faro. Además, en mitad del relato de El año que nevó en València, el niño se queda al cuidado de una cesta con anguilas, las toca y le produce asco pero no deja de tocarlas. Ahí pensé que mi "anguila" tenía que ser igual, tenían que querer tocarla a pesar de la repulsión.
¿Qué fue lo que le conmovió de la obra?
Es un relato que yo leí la primera vez como la mirada de un pintor sobre mi tierra, que tiene una luz dorada y sombras, sin medios tonos. De repente esa València nevada y la mirada tan lúcida de Rafael Chirbes me llevó a pensar en texturas, materiales, desde esa Malva-rosa hasta la calle La Paz, también nevada, y a la Plaza de la Reina. Esto, aparentemente inocente y pequeño, se acabó convirtiendo en un proyecto muy complejo, porque me di cuenta de que no solo era la mirada de un pintor, sino de un gran intelectual al que, por supuesto, me acerqué después, lo devoré y lo sigo revisando a través de sus ensayos, de sus libros de viajes, de sus novelas. Solo que en este relato aparentemente tan breve nos está hablando de la guerra, de la posguerra y del inicio de un capitalismo terrible donde se empieza a especular con propiedades.
Y se quedó atrapada.
El año que nevó en València, a diferencia de otros, como La buena letra, es un relato autobiográfico que habla de todas las violencias que hay en las estructuras familiares tradicionales y del lugar que ocupa la mujer. La mirada de Chirbes es completamente feminista y el despertar de la homosexualidad del niño es bellísima. Es un libro trampa, porque piensas que al acercarte a él pasarás media hora y seguirás con tu vida, pero se queda contigo.
¿Cómo se ha quedado con usted?
Busco en la literatura voces en las que identificarme y que me permitan ir más allá, construir mi vida con más riqueza, que me lleven a un lugar mejor. La voz de Chirbes resuena profundamente y pienso que hay una herida que, salvando las distancias, compartimos. Me explicó mi historia y me dijo quién era. Eso es lo que te permite explorar lugares donde no querías mirar y destruyes cargas con las que si te despistas, convivirás hasta el final de tus días.
"Es un libro trampa. Piensas que al acercarte a él seguirás con tu vida, pero se queda contigo"
¿Cómo ha trasladado todo ese huracán de emociones a una obra plástica?
Es difícil resumirlo. A nivel plástico iba a ser algo pequeño, quería hacer una serie de pinturas de 20x30 centímetros, formatos que se pueden trabajar en un taller con rapidez. Pero claro, cuando entiendo que la voz del niño es tan importante y que quiero ver a ese niño, y luego mirar a través de sus ojos, comienzo a construir todos los personajes de los que habla y voy más allá. Acabo introduciendo el hambre, porque Chirbes habla del hambre con contundencia y delicadeza a la vez, y entonces me sale pintar un conejo que la familia del niño que llega del pueblo lo lleva a sus familiares de la ciudad escondido en una cesta, debajo de las verduras. Todo eso lo tuve que pintar en obras de 2x2 metros porque el hambre fue un episodio gravísimo de la posguerra.

Paula Bonet presenta su nuevo libro "El año que nevó en Valencia" (Anagrama) donde reinterpreta la obra de Rafael Chirbes. / Germán Caballero
Siento que también hay un paralelismo entre este libro, que aparentemente es sencillo, ligero, con el proceso creativo por el que has atravesado, que empezó siendo pequeño y ha terminado por ser algo grande.
Creo que en El año que nevó en València o en La buena letra, novelas aparentemente más breves, llevan toda la carga que después florecerá o reventará, también en Crematorio o En la orilla. Creo que Rafael Chirbes sabía perfectamente lo que estaba haciendo y cómo lo estaba haciendo. Lo decía él y estoy completamente de acuerdo: un proceso creativo es arrojarte al vacío y no saber qué va a suceder, ni de lo que estás hablando, hasta que cuando acabas echas la vista atrás e intuyes y empiezas a comprender a dónde has llegado. Es bonito ese paralelismo que apuntas, porque en mi caso, en este proyecto, ha sido así.
¿Le ha resultado sencillo encajar la sensibilidad de Chirbes en esta obra con la suya propia?
Leí el relato y me tiré de cabeza a la Malva-rosa nevada. Dejé que fluyeran las cosas y sentí, me equivoqué, rompí telas y construí otras. Me ha devuelto el amor por mi oficio y por mi tierra. Este libro ha alejado muchas manías que he ido adquiriendo sin darme cuenta. He estado centrada en las pinturas, me daba igual que gustaran o que no salieran de mi taller. Solo por haber sentido esa voz cerca sabía que estaba haciendo algo que me valía la pena y que era un éxito, sobre todo por salir de ese mundo donde todo se hace en base a unos intereses, con una industria que vampiriza el trabajo.
"La voz de Chirbes resuena profundamente en mí. Hay una herida que, salvando las distancias, compartimos. Me dijo quién era yo"
¿Le pasó antes?
Me pasó con la ilustración y me di cuenta de la trampa. No va a sucederme ni con la pintura ni con la escritura, que son lugares donde encuentro la máxima belleza, la verdad y el sufrimiento, pero son espacio de revelación para mí. Pasó con mis dibujos, que tuvieron éxito, pero aquí no voy a dejar que entren intereses ajenos a los míos, porque es una trampa la capitalización del proceso creativo y de la obra resultante. Quiero proteger lo que hago porque es lo único que tengo.
¿Siente que no protegió su trabajo antes?
Mis primeras obras salían de ahí, pero entras en un mercado y aunque tú no quieras hacer caso, está presente. He construido mi vida alrededor de la pintura, de la escritura y del arte, pero sin poner mi obra en el centro para sobrevivir. Existe el taller La Madriguera, escribo artículos, colaboro en publicaciones, pero tengo muy claro que mi verdad está en mi obra, y eso no se puede comprar. Por eso estoy tan agradecida de que exista este libro, no imaginaba que conseguiríamos construir un objeto tan bello y tan complejo.
Hecho desde la inocencia y lo genuino, desde el impulso del propio libro.
Sí. Que una editorial como la mía apueste por este libro es fantástico. El libro del artista ha costado mucho que saliera adelante, construirla, elegir el papel y su gramaje para evitar dobladuras y otras tantas decisiones. Está hecho con un amor por la obra del autor que no sé si es muy habitual en este mundo nuestro. No ha salido hasta que hemos considerado que tenía que salir, podría haberse publicado hace un año y lo ha hecho ahora, justo diez años después de su muerte. Tampoco sabíamos que iba a coincidir con La buena letra de Celia Rico, y de repente aparecen en el mundo cultural un libro y una película hechas por dos mujeres de edad parecida que se acercan a la obra de un hombre que falleció en 2015. Ninguna de las dos entendemos por qué no estuvo más presente en nuestra vida y en general, en el imaginario cultural de este país.
Y ahora dos producciones, una literaria-artística y otra cinematográfica, reivindican su legado.
Es que es una voz muy lúcida, se ve en Crematorio, pero también en El año que nevó en València. Es una habilidad para construir personajes. Lo decíamos antes respecto a la luz y la sombra, que decía que en València no existen los grises. Eso se ve en la película de Celia Rico: hay personajes que son luz y otros que son sombra, y dentro de cada uno sí que existen esos tonos medios perfectos.
Su libro es el primero de la serie Intervenciones. ¿Cree que la comunión entre la literatura y el arte es un camino aún por desarrollar?
Hay muy buenos autores y autoras que hace tiempo trabajan en libros de artista brillantes. Lo que pasa es que no se visibilizan. Obra buena hay mucha, no creo que haya que trabajarla más, creo que se le tiene que dar un espacio. Además, las etiquetas suelen mutilar. Incluso nosotros pensamos en publicar dos libros por separado: que mi libro no tuviera texto, luego pensamos en poner dos libros en una caja respetando la edición de Chirbes. Al final, decidimos entrelazarlo todo.
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