Opinión | Punto y aparte

¿Paella valenciana con salsa teriyaki?

Entre Francisco y Lluís Llach hay muchas valencianías posibles, pero lo que el pasado Nou d'Octubre nos constató, de nuevo, es lo que todos ya sabemos: que no hay mejor paciente para un psicólogo en horas bajas que un valenciano con conflictos de identidad.

Dos turistas comiendo paella en la plaça del Mercat de València.

Dos turistas comiendo paella en la plaça del Mercat de València. / Miguel Angel Montesinos

Durante el tiempo de vida que compartí con mi abuelo Pepe, jamás cedió en que pusiéramos limón a la paella. De hecho, cada cierto tiempo, recordaba, como si fuera por despiste, que solo se pone limón a la paella cuando, por su escasa calidad, ésta lo pide a gritos. Demasiado pasada, o sosa, o insustancial… Entonces sí, entonces el tribunal de apelación estaba y está obligado, según la doctrina de mi abuelo, a mostrarse misercordioso con el pobre comensal y permitirle exprimir 'un poquet de llima' para con ello pasar, nunca mejor dicho, el mal trago. Pedirlo antes de probar el primer bocado era, en su temperamental opinión, una ofensa gravísima al cocinero, o sea a él, y para evitar tentaciones y acaloramientos innecesarios los limones no salían de la cocina y a otra cosa mariposa.

Como todo el mundo sabe, cada valenciano (o castellonense o alicantino, según las nuevas tendencias en boga) tiene sus manías con esto de la paella, otro de los mil elementos que nos separa como pueblo y así nos va. De hecho solo hace falta repasar algunos momentos y sujetos del pasado miércoles, Nou d'Octubre, para constatar, no sin cierta tristeza, que no hay mejor paciente para un psicólogo en horas bajas que un valenciano con conflictos de identidad. Éxito de cash asegurado. Que si lees a Vicent Andrés Estellés, que si dices País Valencià, que si te gustan los 'bous al carrer', que si vas a misa, que si lloras con las Muixerangues, que si eres fallero, o moro o cristiano... Cualquier aspecto es motivo de disputa. Por la mañana, Francisco; por la tarde, Lluís Llach. Ambos conocidos por su voz y sus ideas políticas antagónicas, reflejo de dos maneras de sentir la 'pàtria valenciana'. Digo dos, porque hay muchísimas más, miles, de maneras de sentirse valenciano. O valenciana. Porque no hay manera de que en los discursos institucionales -del anterior gobierno y de este- se haga referencia a pensadoras, humanistas, catedráticas, escritoras o todo lo que acabe en 'as'. Quizás la ausencia de asesoras en primera línea de cualquier gobierno sea la clave. Deberían hacérselo mirar, señores. Pero eso es otro tema.

El que les traigo hoy va de la mano de lo que Moisés Domínguez constató de primera mano el miércoles: mientras los políticos continuen sus pugnas utilizando los signos de identidad valencianos, la gente dejará de usarlos. Contaba en este periódico mi compañero, que las 'senyeras' fueron casi testimoniales en las dos horas largas de procesión cívica por València. La gente de la calle, los ciudadanos normales y corrientes, simplemente, no las ondeaba. ¿Es hartazgo o es pasotismo? Ambas cosas son letales, condenas a muerte como pueblo. No digo el hecho de llevar o no una bandera, sino el hecho de no sentir autoestima por muchas de las cosas de gran valor que tenemos y que permitimos que se maltraten cada dia en vez de protegerlas como un tesoro. Quizá por eso, a los turistas, cuando llegan a València, tanto les da una paella con garrofó que una con salsa teriyaki. Porque a nosotros, tanto nos da también.

La diversidad, lo característico, lo diferenciador está en horas bajas, asumámoslo. Como más iguales seamos todos, mejor. Más españoles o valencianos de una misma manera, con los mismos gustos, con las mismas tradiciones y el mismo idioma. El pimentó en tonyina y l'all i pebre ya no cotizan al alza, desbancados en las redes sociales de Instagram por los mejores calamares a la romana que, como todo el mundo sabe, se hacen en Madrid. Como las mejores ensaimadas, el mejor arròs a banda, las mejores fabes con almejes y el mejor cachopo. Quizás no haga falta nada más que centralizarlo todo en un mismo lugar y así nos evitamos conflictos. Y quizás, solo quizás, sea todo tan perfecto, espectacular y suculento que no necesite ni limón. O sí. Quien sabe. Yo, de momento, en la paella, no.

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents