Opinión

La identidad valenciana y la agresión de Vox

Carlos Mazón y el resto de la cúpula del PP en la junta provincial de los populares en Nàquera

Carlos Mazón y el resto de la cúpula del PP en la junta provincial de los populares en Nàquera / Miguel Ángel Montesinos

El artículo ‘Mazón enmienda el legado identitario de Zaplana y Camps’ publicado por José Luis García Nieves en Levante-EMV el pasado 27 mayo revela el daño que ha ocasionado la irrupción de Vox en la Comunitat. Leyéndolo, se percibe la merma de autoconciencia identitaria que ha provocado; un fenómeno peligroso que las actuales direcciones políticas del PPCV, PSPV, e inclusive de Compromís no le han puesto remedio, más bien al contrario; andan encantadas paseando por los arrabales madrileños. Se trata, quiérase o no, de un peligroso fenómeno que, de no remediarse, aboca al pueblo valenciano al sucursalismo centralista y a una limitación de su autogobierno. Una responsabilidad que alcanza a la derecha valenciana por su peso histórico en la construcción de la identidad valenciana.

No soy quién para iniciar un debate; pero si indicar una parcela de mismo. Se trata de la relación existente entre los intereses del ‘patriciado urbano’ y su traslación a lo simbólico, una de las bases en la construcción de la identidad. Especialmente fácil de apreciar ahora, cuando en la Fundación Bancaja se muestra la Valencia costumbrista más icónica en una histórica exposición que reúne obras de pintura valenciana con escenas y costumbres de los s. XIX y XX. Solo hay que leer el magnífico artículo de María Bas en Levante-EMV del domingo 25 de mayo para percibir como la mentalidad de aquel patriciado urbano se trasladó a la pintura: una burguesía exportadora de cítricos y productos de huerta, cosmopolita y librecambista, en una España con un mercado interior cautivo para la industria catalana y vasca.

Se trataba de un patriciado que construyó su identidad diferenciada del resto de España, que tuvo su eclosión en la Exposición Regional del Ateneo Mercantil 1909 y posteriormente con la creación de la Derecha Regional Valenciana. Los maestros Serrano y Tous crearon el himno de la Exposición Regional, hoy Himno de La Comunitat, Sorolla pintó su mural en la Hispanic Society, icono que perdura en el imaginario colectivo, los Trénor y el Ateneo dieron identidad propia a las tres provincias como un territorio único identificándolo, entonces, como Región Valenciana. Y las Normes de Castelló para diferenciar el idioma propio, suscritas por la Derecha Regional, hoy en el Estatuto con autoridad propia: la AVL.

Pero regresemos a lo simbólico, a la pintura. El siglo XX en Valencia experimentó una floreciente producción artística que, lejos de ser un fenómeno aislado, se enmarca en un complejo diálogo entre diferentes movimientos y escuelas. En este contexto, la relación entre la Escuela Costumbrista y la Escuela Cartelista, especialmente a través de la figura de Arturo Ballester, resulta crucial para comprender la construcción de una identidad valenciana singular. Efectivamente, la tradición costumbrista de Sorolla y Pinazo en especial, con estilos diferentes, pero con sus representaciones idílicas de la vida rural y la exaltación de los valores locales, influyó en la estética y la ideología de la escuela cartelista de la Segunda República, contribuyendo a la forja de un imaginario valenciano específico.

La emergencia de la Escuela Cartelista en el siglo XX, aun manteniendo cierta distancia estilística con el costumbrismo, no puede entenderse sin la influencia de esta tradición previa. La necesidad de comunicar de forma rápida y efectiva, propia del cartel, encontró en la simplificación de las imágenes costumbristas una vía idónea para la transmisión de mensajes. Artistas como Josep Renau, y en especial Arturo Ballester, son figuras claves en la transición entre ambas escuelas; incorporaron elementos del costumbrismo en sus carteles, reinterpretando la estética realista en un lenguaje más sintético y expresivo.

Formado en la Escuela de Artes y Oficios de Valencia y en la Real Academia de San Carlos, Arturo Ballester se inició como pintor de abanicos e ilustrador para varias revistas regionales, y colaborando con la editorial Blasco Ibáñez, con portadas de libros como la Historia de la revolución rusa de León Trotski. Afiliado a la CNT-FAI, durante la guerra civil española trabajó activamente al servicio del gobierno de la Segunda República Española. Tras la guerra sufrió el «exilio interior» forzoso de la represión franquista, sobreviviendo como dibujante de tarjetas postales, diseñando envoltorios naranjas para la exportación y dando clases de pintura. En 1977, uno de sus carteles de 1937, el titulado El País Valenciá, a l’avantguardia d’Iberia, fue elegido por los libreros valencianos al ilustrar su Feria del Libro. Dos años después, la galería Val i 30 de Valencia, recuperó su memoria con una muestra de sus obras; parte de ella se incluyó luego en la Bienal de Venecia dedicada a la Vanguardia artística española (1936-1976).

Maestro del cartel valenciano, no se limitó a copiar la iconografía costumbrista. Parte de su obra expuesta en el Museo Nacional y Centro de Arte Reina Sofía, revela una apropiación selectiva de elementos del pasado, adaptándolos a las nuevas necesidades del lenguaje publicitario y a las exigencias de la modernidad. Sus carteles, como el citado de 1937 con sus falleras, imágenes de ‘basquets’ de cítricos, de la huerta, o de otros con personajes populares, contribuyen a la construcción de un imaginario colectivo que refuerza la singularidad del pueblo valenciano, ya autónomo del ‘patriciado urbano’ que lo generó. Sus diseños los podemos apreciar en las colecciones particulares que atesoran carteles, o etiquetas llamadas en el argot ‘testeros’, porque se ponían en la testa de las cajas de naranjas; también cromos, trepas de hojalata para grabar con tinta, o cajas para la exportación. Colecciones expuestas en el Museo de la Naranja de Burriana, hoy cerrado por la desidia municipal, o en la tienda de Geno ubicada en la Fuente del Jarro en Paterna que recuperan la estética costumbrista.

La mentalidad de una élite perdura en el tiempo, más allá de su ciclo biológico. Aun lo podemos apreciar en los carteles de las Fallas. Pasó el tiempo; hoy hay un nuevo patriciado, también cosmopolita como aquel, volcado al exterior y a la filantropía como los Trénor. Un ejemplo, el ‘clan’ Roig, con el edificio de vanguardia de su equipo de básquet en la Fuente de San Luis, o sus fundaciones de arte y deportivas. También, la proyección exterior de startup salidas de la Universidad Politécnica que representan ya el 10 % del PIB de La Comunitat. Nace un nuevo ‘patriciado urbano’, también cosmopolita y exportador, que está construyendo su mentalidad a caballo entre la tradición y la modernidad. Un deber programático de la derecha; pero tal como escribe José Luis García Nieves, huérfana en lo político. Y con toda seguridad amenazado por esa irrupción ignorante y agresiva de Vox respecto a la identidad valenciana.

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