Esperando Hugo Pratt

Hugo Pratt

Hugo Pratt

Susana Fortes

Susana Fortes

Hubo un tipo al que quise de verás sin conocerlo siquiera. Seguramente sea la única forma de querer tanto a alguien. Me tropecé con él de casualidad. Yo era una cría bastante insoportable de trece años que todavía me lanzaba en patines por las cuestas. Él me triplicaba la edad. Era un hombre hecho y derecho que ya había dado varias veces la vuelta al mundo. Como comprenderán, no había mucho qué hacer. Sin embargo, nunca perdí la esperanza. Soy una optimista salvaje. Nos unía el imaginario común de algunas lecturas favoritas: Homero, Stevenson, Jack London, Kipling… Les aseguro que no puede existir un lazo más estrecho entre dos personas.

El caso es que vivimos el romance a nuestra manera. A distancia, por supuesto. Pero sin tregua. Él en su estudio, trazando a lápiz las aventuras de un marinero romántico y anarquista llamado Corto Maltés, sin tener la más remota idea de mi existencia, claro. Y yo, en mi cuarto de adolescente, pasando una a una las páginas de aquellas historietas maravillosos que me hacían mirar lejos. Llegué a él a través de mi hermano Carlos que tenía madera de náufrago y un sexto sentido para descubrir tesoros en el rastro. Creo que fue en una de los primeras ediciones de la revista Totem que empezaba a difundir historietas extranjeras sas e italianas a principios de los setenta. El resto de la colección lo fui comprando yo con mis ahorros en el quiosco-librería Cao, de Pontevedra, en la esquina de la plaza de Méndez Núñez.

Corto Maltés nació en Malta, era hijo de una gitana de Gibraltar y de un marinero de Cornualles. Cuando tenía diecisiete años se grabó en la mano a navaja una nueva línea de la vida porque la que tenía no le gustaba. Cuando alguien intentaba leerle la buenaventura, respondía que no quería conocer su futuro porque entonces dejaría de interesarle.

En sus aventuras recorre todos los escenarios que marcaron el primer tercio del siglo XX, desde la guerra ruso-japonesa, donde conoce a un jovencísimo Jack London en Manchuria, hasta la batalla del Somme; desde la lucha por la independencia en Irlanda del Norte hasta el fin del Imperio Otomano, pasando por Siberia, las selvas de Centroamérica o Buenos Aires. Sobre su final se sabe muy poco. Desapareció del mapa, se esfumó. Sin embargo hay quien afirma haberlo visto en el entierro de Durruti en Barcelona, y parece seguro que coincidió con Orwell en el frente de Aragón. Según algunas fuentes la última vez que se vio a Corto fue junto a un nido de ametralladoras de la XV Brigada Internacional durante la guerra civil española.

Corto Maltés era un calco en tinta de su autor de carne y hueso: Hugo Pratt. Ambos fueron aventureros, nómadas y los dos tenían el mismo hoyito en la barbilla. Pratt creó la serie en 1967 y Corto protagonizó 12 álbumes. Un aventurero que atravesaba la vida con cierto desencanto y una indiscutible elegancia de corazón. Un héroe diferente que no pretendía ir de justiciero ni dar lecciones a nadie. Demasiado irónico para tener creencias o convicciones absolutas. No se le daban bien los finales felices ni los amores perdurables. La soledad le sentaba bien. Le gustaba apoyarse en el puente de proa de un barco, con la brasa de un cigarrillo Tree Stelle, brillándole entre los dedos. Así lo recuerdo siempre.

¿Cómo no iba a enamorarme de un tipo así?

Tengo por casa algunos amuletos suyos. El último, un retrato a tinta con sus patillas y un pendiente en el lóbulo izquierdo que me trajo el escritor Alfons Cervera de un viaje por Bretaña.

Aunque su origen es italiano, donde su estela arraigó con más fuerza fue en Francia. Cuando a François Mitterand le preguntaron en una de las últimas entrevistas que concedió en qué personaje de ficción le gustaría reencarnarse, el más maquiavélico y leído de todos los presidentes ses, respondió sin dudar. «Tengo debilidad por Corto Maltés. Creo que no me aburriría en la piel de este aventurero lacónico, solitario, de espíritu libre en el que confluyen tantas culturas».

También Umberto Eco estaba entre los incondicionales del último héroe de los mares: «Cuando necesito relejarme leo a Engels, pero cuando quiero algo serio leo a Corto Maltés».

Con él aprendí a capear el temporal. Y poco a poco todo aquello que había imaginado en las viñetas se fue materializando en mi vida: el amor y los viajes, la alegría y la derrota, la traición, la lealtad y todas esas cosas. En eso consiste hacerse adulto, supongo. Algunos años después escribí mi primera novela, titulada como homenaje: Querido Corto Maltés. Hugo Pratt como el caballero que era, le cedió gratuitamente a la editorial Tusquets los derechos de imagen para la portada.

Hubo otros hombres en mi vida, claro. Siempre busqué que se le parecieran un poco. Pero era muy difícil estar a la altura, lo reconozco. Al fin y al cabo, Hugo Pratt me convirtió en lo que ahora soy. Me hubiera gustado decírselo a la cara. Y estuve a punto de hacerlo cuando se publicó en España su primer álbum, La balada del mar salado, convertido en novela. Su editor, Mario Muchnik, me pidió que lo presentara y escribiera la contrapartada del libro. Acepté emocionada pensando en el encuentro. Pero el muy bellaco se murió cuatro días antes, sin que yo supiera que estaba enfermo. Lo enterraron en el cementerio de Laussane mientras sonaba un solo de trompeta de su amigo Dizzy Gillespie.

Tras la muerte de Hugo Pratt, se produjo un largo silencio durante el que, nadie retomó las aventuras del marino errante hasta que Juan Díaz Canales y Rubén Pellejero recibieron el encargo de resucitar a Corto. Nunca pensé que pudiera volver a cruzarme con él, la verdad. Pero allí estaba en pleno Ártico subido a un trineo tirado por perros, con un frío de mil demonios. Era él, no cabía ninguna duda. Los nuevos álbumes pasaron con nota la prueba de fuego de los viejos lectores y engancharon a otra generación más joven.

Este año se cumple el centenario del nacimiento de Hugo Pratt y por supuesto no pienso faltar a la cita. La ciudad italiana de Siena acoge hasta octubre en el Palacio de las Papesas la mayor exposición monográfica para celebrar el cumpleaños por todo lo alto: ‘Hugo Pratt. Geografías Imaginarias’. Una inmersión en su universo a través de una colección de 300 obras originales, incluidas tablas de cómic, acuarelas, dibujos a tinta, esculturas, y materiales inéditos como bocetos y documentos personales. La entrada estará marcada por una imponente escultura de Corto Maltés, réplica de la original que está en Grandvaux (Suiza), con sus patillas, la gorra y su tres cuartos marinero de siempre. Qué cosas….

Estoy segura de que dondequiera que esté, Hugo Pratt encenderá un cigarrillo y, con su voz ronca y socarrona, dirá:

- Caramba, Corto, otra vez por aquí. No hay manera de librarse de ti.

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